viernes, 16 de abril de 2010

PÁJAROS EN LA CABEZA


Días extraños. Días de tormenta en los que una no se siente del todo mal, pero tampoco del todo bien. Se siente como el conductor del chiste, aquel que circulaba en sentido contrario por una autopista mientras todos los vehículos que venían de frente le dedicaban sonoros pitidos y que, después de escuchar por la radio la noticia de que "un loco conduce en sentido contrario por la autopista", acierta a exclamar indignado; "¿Uno?, ¡Pero si vienen todos en sentido contrario!"
Así me siento yo. Como si el mundo se hubiera vuelto loco o como si fuese yo la que conduce por el carril equivocado. ¿No era todo más fácil y divertido antes?
Últimamente se me agolpan en la cabeza multitud de recuerdos de la infancia y la adolescencia. Un tiempo en el que íbamos a comernos el mundo y en el que disfrutabamos de la vida con una profunda intensidad.
Recuerdo la cabaña del monte, las horas de caminata que pasabamos contemplando los caballos salvajes que se cruzaban en nuestro camino y las historias de indios, de seres fantásticos e incluso de asesinos en serie que ingeniabamos sobre la marcha sólo por diversión, para asustar a los demás.
Recuerdo las tardes de piscina, intentando acaparar todo el sol posible en nuestras pieles para lucir como nadie por la noche en la discoteca.
Recuerdo los atardeceres de verano, como los nervios y la felicidad nos invadían a partes iguales esperando que llegase la noche para ver a los chicos que nos gustaban en alguna verbena o en nuestros pubs habituales.
Todo eso antes de descubrir que no te puedes comer el mundo, porque el mundo a menudo provoca ardores y dolores fuertes de estómago a los golosos que ansían devorarlo.
Tal vez lo más sabio sea empezar a aplicarse diariamente una ración de resignación como quién se aplica la leche hidratante, para prevenir empachos de vida y malas digestiones. Aunque yo me niego. No quiero perdermela, quiero seguir siendo optimista.
Creo que es tarde para cambiar de leiv motiv y espero seguir conservando la capacidad de asombro al contemplar paisajes nuevos y, por qué no, tambien los habituales. Pero esta tarde no. Esta tarde pienso dejarme caer en los brazos de la autocompasión, llorar por mí misma y exclamar bien fuerte que cualquier tiempo pasado fué mejor.
Pero sólo un ratito.
Después saldré con mi plato y mi cuchara a saborear el pedacito de mundo que me toca engullir hoy.

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