lunes, 29 de marzo de 2010


Personalmente, viendo las corridas de toros, a mi me queda muy claro quién es el animal y quién es la mala bestia. No soy capaz de alejar la tristeza al recordar un hecho ocurrido hace más de dos semanas en Gran Canaria. Al parecer, los cuidadores de un zoo se dejaron abierta la puerta de la jaula donde malviven más de media docena de tigres de bengala. Y digo malviven, sí, porque ese no es su hábitat natural, por muy bien alimentados y atendidos que estén. Son animales salvajes, solitarios, a los que no les gusta vivir en grupo y que han pasado a convertirse, por obra y gracia del ser humano, en auténticos payasos de circo, en animales de diseño, concebidos a menudo de manera artificial y obligados a vivir una vida entera de cautividad al servicio del entretenimiento.
Muchos justifican las bondades de esta vida sin libertad, alegando que es una forma de protegerlos, de evitar que se extingan a manos del mismo tirano que los encierra, pues ante todo, debe quedar claro quién es el verdadero rey de la selva, el "animal superior", que cual dios primitivo, es capaz tanto de matar, como de apiadarse de sus discípulos y perdonarles la vida, eso sí, a cambio de una pleitesía eterna, hasta el fin de sus días.
El caso es que estos reyes destronados de la sabana, osaron aprovechar la puerta abierta para salir al mundo, sin saber el terrible final que les esperaba. Fueron masacrados a tiros. Recibieron más de 50 disparos cada uno y, para más inri, los medios de comunicación se recrean describiendo detalles aportados por sus ejecutores, como que "uno de ellos parecía muerto, pero de repente, se levantó y tuvimos que rematarlo bien" o que "se escaparon siete, pero sólo tuvimos que matar a tres, porque los otros cuatro regresaron solos a sus jaulas". Hijos de la gran puta, es qué no existen los dardos tranquilizantes?!
De verdad, que se me revuelve el estómago ante esta muestra de prepotencia y de falta de sensibilidad de la que es capaz de hacer ostentación el hombre.
Recientemente, ante la noticia de la muerte de una chica que trabajaba como cuidadora en un parque acuático como consecuencia del ataque de una orca, toda la atención se centró en la chica. Y desde luego que es una desgracia que haya fallecido. Pero, de lo que nadie habla es del estrés que experimentan estos cetáceos.
Las orcas son animales nómadas y migratorios que realizan más de 400 millas para cumplir sus funciones vitales de alimentación y reproducción.
Además, estos mamíferos marinos, tienen unas características anatómicas y fisiológicas que requieren de espacios abiertos para su supervivencia. Su complejo sistema de biosónar, por el cuál se localizan y mantienen relaciones sociales trasmite unas frecuencias que, según alertan grupos ecologistas, «le harían enloquecer en un recinto tan pequeño como un delfinario».
Creo que a todos nos vendría bien alejarnos un poco de nuestro propio ombligo y mirar un poco más allá, fijando nuestra atención en las atrocidades que estamos cometiendo en este mundo que nos ha tocado custodiar, pero que no nos pertenece. Estamos aqui sólo de paso, intentando ser felices y dejar esto un poco mejor de lo que lo hemos encontrado. O al menos no dejarlo todavía peor.
Y el resto de los seres están aquí por lo mismo. Respetemoslos. Respetemosnos.

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