Hace un tiempo, un buen amigo me contó que había tenido un sueño que lo tenía bastante preocupado...
Soñó que una enorme ola formada en el interior del mar, irrumpía con fuerza en tierra firme, llevándose a su paso todo lo que encontraba: casas, edificios, coches, animales y personas...Todo. Absolutamente todo, dejando tras de sí una huella de desolación y tristeza.
Tal era la magnitud de la ola, que se adentraba varios kilómetros tierra adentro, barriendo incluso la aldea de montaña en la que me crié.
Cuando me lo contó no quise darle importancia, ya que apenas unos meses antes, había tenido lugar el tsunami que azotó Tailandia y pensé que el inconsciente le había jugado una mala pasada.
¿Qué podía suceder? Al fin y al cabo se trataba de un sueño y me costaba encontrar un carácter premonitorio en todo aquello.
Volvimos a hablar del tema en algunas ocasiones más, pero yo me limitaba a escucharlo con escepticismo.
Pues bien, este verano sucedió algo que hizo que empezara a tomarme un poco más en serio el sueño de mi amigo.
Sucedió en Tenerife. En una playa situada al sur de la isla, donde me encontraba haciendo realidad un deseo largamente anhelado...
Tras un par de años duros, que incluyeron cambios de trabajo, de pareja, de domicilio y la larga (o al menos a mi se me antojó larga) recuperación de una hernia discal, unidos al proceso de preparar unas oposiciones duras y ver cómo el sueño de aprobarlas se esfumaba por unas décimas, decidí que me tenía bien merecido un descanso.
Quería viajar y conocer un lugar nuevo, pero no me apetecía hacer turismo.
Quería una isla de aguas cálidas y con enormes palmeras dónde poder relajarme y cargar las pilas, pues empezaba a ver como el vaso, poco a poco, se iba vaciando...
Y encontré lo que buscaba.
Tenerife se convirtió en el escenario ideal. Y aquella playa en mi pequeño paraíso particular.
Los días de vacaciones tocaban a su fin cuando decidimos pasar la tarde en aquella playa situada en el extremo opuesto del lugar dónde nos alojábamos.
Las playas del sur, a diferencia de las del norte de la isla, gozan de aguas más calientes y de arenas blancas y finas.
Llegamos a la playa a primera hora de la tarde. Era perfecta. Gozaba de kilómetros y kilómetros de paseo, el agua estaba a la temperatura justa, tenía un chiringuito regentado por unos cubanos de hermosas pieles azabache que animaban la velada con cantos de su tierra (grande Celia Cruz!) y, por si todo aquello fuese poco... tenía palmeras!!!!
Palmeras, bajo las cuales arrojé firmemente mis pertenencias, como si fuese una escaladora que quisiera coronar la cima de una montaña.
Tras unos minutos deleitandome en aquella percepción, saboreando los sonidos, los olores, los colores.. disfrutando de aquella sensación por cada uno de los poros de mi piel... decidí que era hora de darme un baño.
Cuando me acercaba a la orilla, vi a tres niñas que estaban intentando adentrarse en el agua, entre risas y empujones.
Me llamaron la atención dos de ellas.
Una, regordeta e investida de la crueldad humana que sólo los niños aún no han aprendido a disimular, se metía con otra niña de aspecto frágil y mirada al suelo.
Se reía de ella, porque le daba miedo meterse en el agua. La otra niña intentó defenderse diciéndole algo así como que -"
por lo menos, no peso tanto como tú"El comentario cayó como un jarro de agua fría en aquella que buscaba afianzar su liderazgo sobre el grupo.
Tras detenerse unos instantes buscando la complicidad de la tercera niña que permanecía en silencio contemplando la escena, y al ver que la confianza no era obtenida (pues, se trataba de un hecho objetivo que por lo menos aquella les sacaba 5 kilos a las dos), lanzó su dardo donde creyó que podía causar más dolor: Se burló públicamente de una confidencia que le había hecho aquella niña de mirada triste: -
"Tú no te metes en el agua porque te da miedo. Como soñaste que venía una ola gigante que nos ahogaba a todos, tienes miedo de nadar".La niña lángida sacó un genio que permaneció oculto hasta aquel momento y levantando la voz aseguró: -
"Es verdad.Y no es una ola, es un tsunami. Va a venir una ola gigante" Y salió del agua.
Me quedé tan flipada, que no llegué a meterme en el agua. Dí media vuela y me senté a la sombra de mi palmera para poder observar con mayor detenimiento a aquella niña soñadora que me había conmocionado.
Lamentablemente, en aquel momento, su madre decidió que había llegado el momento de volver a casa.
No se qué pensar. Lo he hablado con algunos amigos, he intentado pedir opiniones.. ¿Será posible que algo así suceda?" O tal vez se trate, como intuye mi amiga Bea, de un mensaje de la madre naturaleza que sólo unos cuantos afortunados consiguen escuchar. Tal vez sea preciso que nos "barran", pues hemos llegado a un punto de desnaturalización, de creernos la cima de la perfección, invencibles e inmortales, que sea preciso que la Madre nos recuerde una vez más quién manda aqui.
Coloquialmente, más de una vez hemos escuchado o puede que incluso nosotros mismos hayamos comentado que "las desgracias siempre ocurren en países pobres" y un tsunami en el "primer mundo" se antoja impensable, pero, lo dicho, no depende de nosotros...
Me apetecía compartir esto.
Pues yo conozco a dos personas que también han soñado con esa ola gigante y su comentario es que era inmensa, superaba los 100 metros de altura.
ResponderEliminar