miércoles, 23 de diciembre de 2009

TRIUNFADORES...


Qué curiosa la vida esta que nos ha tocado vivir...
El otro día leí en el periódico que Angelina Jolie había tenido un impulso suicida (algo bastante frecuente en ella según comentaban).
Al día siguiente, en la misma publicación daban la noticia de una actriz de 32 años que se había muerto por una ingesta masiva de medicamentos (mezcla de antidepresivos, pastillas para la ansiedad, etc...) y una se pregunta: ¿Qué necesitamos para ser felices?
Ellas dos son ejemplos de "triunfadoras": guapas, ricas, con una vida rodeada de glamour y halagos y en ambos casos (se presupone) afortunadas en el amor... Y sin embargo, ya ves...
Los seres humanos somos tan idiotas que para ser felices necesitamos compararnos con los otros.
No es suficiente con sentirnos a gusto y en paz con nosotros mismos, con haber alcanzado alguno de nuestros objetivos personales (y tener la ilusión de fijarnos unos nuevos que ir cumpliendo poco a poco). Necesitamos además evaluar constantemente nuestro nivel de felicidad por comparación: Nos fijamos objetivos "sociales" que son a menudo fuente de frustración: "¿He logrado acumular riquezas', ¿he conseguido comprarme una casa, un coche...?, ¿Me he casado?. ¿He tenido hijos?"... En una palabra: ¿He alcanzado los objetivos que creo que los demás me marcan y en función de los cuales me sentiré feliz y realizado o por el contrario me tocará deprimirme irremediablemente?
El otro dia, charlando con un compañero que se quedó en el paro hace unos meses me contaba que se sentía fatal, que no era capaz de levantar cabeza y que se pasaba los días sin salir de casa.
Es un chico joven, sano y que, además está cobrando el subsidio por desempleo y no tiene que pagar ningún alquiler o hipoteca.
Me decía que el motivo de su tristeza era que se sentía inutil y que veía como sus vecinos (apreciación suya), se cuestionaban su valía: se había tirado un montón de años estudiando y se suponía que a su edad, ya tendría que haber "coronado", que dirían los colombianos.
Para mas inri, había entrado en la cuarentena soltero y sin hijos, con lo cual, no merecía vivir...
Me vinieron a la cabeza las historias que me contaban "mis niños" del centro de menores que habían llegado a España a bordo de un cayuco.
Las condiciones del viaje fueron todo lo terribles que cabe imaginar: embarcaciones paupérrimas, sobrecargadas de gente, sin comida ni bebida y teniendo que permanecer inmóviles, sentados, durante 11 días.
Los que no resistieron el viaje y murieron, fueron arrojados por la borda, donde iban a parar también las "necesidades fisiológicas" que iban teniendo por el camino (sobra decir que la "intimidad" era un lujo del que no gozaron en toda la travesía)
Y al llegar a España, unos hombres blancos tuvieron que tomarlos en brazos para bajarlos de la embarcación porque no eran capaces tenerse en pié. En estas condiciones, tuvieron además que enfrentarse a su nueva realidad: eres diferente, estás en un país extraño del que desconoces su lengua, su cultura y su tradición. Y encima eres "ilegal", desprovisto de papeles, sin derechos y, si, por desgracia, ya has alcanzado la mayoría de edad, te conviertes automáticamente en un delincuente.
Pues bien, esta gente que ahora se encuentra entre nosotros, va saliendo adelante como puede. Son los vendedores callejeros de paragüas que nos dan la vida los días en los que nos sorprende la lluvia. Los "piratas" que venden CDs y DVDs sobre una manta extendida, los "falsificadores" de bolsos de firma...
Y algunos, los más afortunados, se convierten en obreros de la construcción con contrato, en marineros, vendedores de pintura o incluso llegan a montar un locutorio.
Y ni uno, ni uno solo de aquellos pronunció la palabra suicidio en mi presencia. Ni depresión. Están convencidos de que "dios proveerá" y van a darle un tiempo...
Son contradicciones que llevan a preguntarse una vez más, "¿Qué coño necesitamos para ser felices?"

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