viernes, 25 de junio de 2010

MI RELIGIÓN.


Soy de la religión de Ata.
Un hombre bueno con el que siempre puedo contar.
Más que un amigo, muchísimo más que un ex.
Es mi hermano del alma, mi angel de la guarda. El pilar en el que una y otra vez me apoyo.
Me siento terriblemente afortunada de tenerle en mi vida y orgullosa de que logren sobrevivir en estos tiempos, filántropos y personas preocupadas por crecer espiritualmente y por hacer de este mundo un lugar mejor.
Que ayudan sin condiciones. Que no juzgan. Que realmente aman.

Soy de la religión de María. Compañera de fatigas. De lo bueno y de lo malo, que tantas y tantas veces me ayudó a levantarme con su alegría y su generosidad.
Una amiga que soporta mis tonterías (que son muchas) y mis pajas mentales (que no son menos), con una cerveza y una sonrisa sin importar las horas ni los días de la semana en que a estas les de por aparecer. Que siempre me abre su puerta y me recibe con toda la comprensión del mundo. Con ella he ido creciendo y compartiendo todas las experiencias que hemos vivido en estos últimos 28 años. La vida (y las personas) nos han ido sorprendiendo una y otra vez con cambios y con el propio devenir de la vida. Pero siempre encontramos un momento para pararnos a analizarlo dando un paseo por nuestro viejo campo de fútbol abandonado. Con una cerveza en la mano y muchas preguntas en la cabeza. Y a veces (si hay suerte) con una majestuosa luna llena iluminandonos.

Soy de la religión de Bea. Mi bruja. Mi psicóloga. Aquella que siempre me descubre aunque intente forzar una sonrisa en la cara. Que lee mi alma y me desarma clavando sus ojos verdosos en los mios. Aquella que se burla de los convencionalismos y para la que siempre estarán por delante las personas a cualquier otro bien material o ambición que pudiese coexistir. Aquella con la que mantengo las conversaciones más extravagantes del mundo, que solo ella y yo entendemos. Aquella con la que me abro y acabo descubriendo deseos inconscientes y pensamientos que ni yo misma sabía que tuviera.

Soy de la religión de Bety. Admiro su fortaleza y el apoyo que siempre nos brinda. Incondicionalmente, aún cuando incluso ella misma lo precisaría. Es el optimismo hecho mujer. La inyección de alegría que tanta falta hace en estos tiempos difíciles. Logra que veamos el vaso medio lleno. Y siempre logra perdonar(me) lo imperdonable: las ausencias. Los silencios. Que, aunque "estemos ahí", es necesario también demostrarlo. Repetir en voz alta una y otra vez lo mucho que te quiero y la suerte que tengo de tenerte. Porque es una suerte, sí. Es la mayor de las fortunas. El "capital humano", que últimamente tanto repiten los psicólogos.

Soy de la religión de Raquel. Una amiga reciente, pero que realmente vale la pena. Es la nobleza y la entrega a los demás. La que logra calmar los miedos, con aquella forma tan gallega de afrontar la adversidad: "malo será". Es la sinceridad. Clavando sus ojos en los de su interlocutor y exponiendo firmemente sus ideas, sin miedos ni medias tintas. Es también la lealtad, la amiga con la que puedes contar para todo y a la que no se le escapa ni el más mínimo detalle que pueda hacerte la vida más fácil y más feliz. Siempre está ahí. Pendiente de todos.

Soy de la religión de Manu. Mi Lolo. Mi hermano, este sí de carne y hueso. Por su lealtad, por su enorme corazón. Porque es el mejor hermano del mundo, aunque suene a tópico y aunque muchas otras hermanas puedan, por supuesto, rebatirmelo.
Es una perla que permanece escondida tímidamente en el caparazón de la ostra que se ha buscado como refugio. Esperando ser descubierta. O esperando a abrirse el día menos pensado, cegándonos a todos con su luz. Que la tiene, y mucha, porque le sale del corazón, y ese no se agota.

Soy de la religión de Taga. Mi ternura y mi romanticismo. Mi amante y mi amigo fiel. Aquel que soporta mis cambios de humor y mis dudas y que nunca es partidario de tirar la toalla. Con él he aprendido que "todo tiene solución hablándolo" y que ha luchado (y lucha) por estar a mi lado.
Aquel que logra verme deseable tras pasar una noche entera sujetandome el pelo mientras yo vomito en el wc. Una de las personas más nobles, dulces y leales que conozco. Mi compañero. Mi defensor. Mi cómplice.

No necesito ni dioses ni ídolos ni ninguna clase de simbología. Creo en las personas, con todos sus matices, buenos y malos. Ellas son las que realmente están ahí cuando hacen falta, a ellas es a quien puedes recurrir. Y ellas son las que merecen la devoción y el agradecimiento constante. Sin cirios ni velas ni inciensos. Dandoles todo el amor que se merecen y tratando de que no olviden nunca lo mucho que las quieres y lo afortunada que te sientes de ternerlos cerca.

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