Otra vez la autocompasión ha decidido convertirse en mi compañera de piso.
Merezco una buena sacudida de realidad, que alguien me sujete fuerte de los brazos y me de una bofetada en la cara por pija, ridícula y nenaza... La pobre niña de clase media que ha conseguido un trabajo de puta madre a hora y media de casa... Hay que joderse!, me doy asco a mi misma por lamentarme después de tener la inmensa suerte de conseguir un buen curre en los tiempos que corren.. Pero al mismo tiempo, el egoísmo innato de todo ser humano (bueno, quizás se salve el Dalai Lama) continúa pinchandome en la sién repitiendo constantemente:
"podías estar en un lugar mejor, ganar más pasta y disfrutar más de la vida"....Que tengo una dicotomía de sentimientos que ni Gollum en El Señor de los Anillos:
"El amo es bueno y nos quiere. No!, es malo, debe morir".En fin, que hoy, tras batir mi record de permanencia en el interior del piso nuevo (hora y media), decidí salir a dar una vuelta para despejarme.
La idea era entrar en contacto con la naturaleza, estirar las piernas en medio de un paisaje natural, al lado de un río y cargar las pilas respirando aire puro y contemplando un buen paisaje.
Pero hoy no tengo el día... Aunque hubiese paseado por la mismísima selva amazónica, hubiera encontrado fallos: que si demasiado hormigón al lado del río, que si no refresca ni de noche, que si las puñeteras parejitas derrochando amor a la luz de la luna y yo más sola que Marco el día de la madre...
En fin, que iba inmersa en estos pensamientos negativos y en mi odio al mundo cuando casi muero atropellada por una furgoneta conducida por una familia ecuatoriana (por culpa mia, que cruzo sin mirar) y de repente, todas mis pajas mentales se evaporaron: ellos si que están lejos. Ellos sí que echan de menos. Ellos tienen que adaptarse a vivir en un medio hostil que los margina y los reduce a mera "mano de obra", como si hubiesen aparecido en España por generación espontánea. Como si no tuviesen un pasado, una historia a sus espaldas, una familia que los echa de menos, un lugar al que pertenecen y un futuro lleno de ilusiones. Muchas de las cuales se verán truncadas, pues nadie les contó que aquí no se atan los perros con longanizas. Que aquí sobrevive el racismo, aunque el primer mundo presuma de tolerancia. Que cualquier gilipollas se cree en el derecho de insultarlos o de soltarles cualquier improperio por el hecho de tener una piel más clara que la suya o por hablar sin acento..
Ellos sí tienen derecho a estar enfadados con el mundo, pues tienen que dejar su casa para ganarse la vida. Sus paisajes cotidianos, sus olores, sus sonidos, sus sabores, su forma de entender el mundo...
Deben llegar a este y adaptarse. Adaptarse a realizar los peores trabajos, a que los exploten como si fuesen animales sin sentimientos.Y a cobrar (con suerte) menos de la mitad de nuestro salario mínimo.
Y siguen sonriendo a la blanca torpe que se cruza en medio de la carretera.
Soñando con un futuro mejor, si no ya para ellos, al menos sí para sus hijos.
Pasan a nuestro lado discretamente, con la cabeza agachada. Son los "invisibles" de nuestra sociedad, a los que solo hacemos caso cuando regateamos por el bolso falsificado o por el pañuelo Hermes de pega. Nos indignamos porque nos parece excesivo el precio ínfimo que nos piden (pero luego gastamos el triple en El Corte Inglés sin rechistarle a la vendedora).
En fin, que a veces no sabemos ver la suerte que tenemos y debemos compararnos.
Pero, ojo! que ni siquiera creo que en esa comparación salgamos ganando, porque, ¿Quién es el vencedor?, ¿Aquel que consigue ser feliz con lo que tiene o aquel insatisfecho crónico que no consigue disfrutar aunque le metan de dos en dos los billetes de 100 por la garganta?
Va a ser cierto lo que dice mi abuela:
"El que tiene la vida resuelta, muchas veces si no tiene problemas o motivos por los que preocuparse, los busca"
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