Esta semana he asistido a un curso sobre intervención con menores con trastornos de conducta, dirigido a profesionales que trabajamos en centros o en la calle con estos chavales.
En una de las exposiciones, la profesora quiso hacernos ver la influencia que un líder, alguien a quien se admira, se ama o simplemente se teme, puede ejercer sobre cualquier persona, con independencia de su edad, sexo o condición y puede llevarla a cometer actos que atentan contra su ética y moralidad. Nosotros, profesionales descreidos, de vuelta de todo, naturalmente, objetamos ante tal afirmación.
Es posible dicha influencia perversa en caso de jóvenes inmaduros, perdidos y manejables, pero no sobre una persona madura, que ha completado con éxito (o más acertadamente, que sigue una evolución favorable) en su desarrollo moral.
Para apoyar su teoría, nos presentó un experimento realizado en los años 80 (hoy día dicho experimento no se podría realizar) en universidades americanas y europeas (concretamente, visionamos el experimento que se llevó a cabo en la universidad de Madrid).
Consisitía en lo siguiente: Se publicaba un anuncio en un periódico solicitando voluntarios para participar en unas pruebas psicológicas que pretendían evaluar la memoria (ese era el cebo). Se pagarían 4 euros la hora a todo aquel que desease participar.
Entre toda la gente que se presentó, fueron seleccionados 5 voluntarios, todos ellos titulados universitarios, que en todo momento creyeron que eran en realidad 10 (contrataron a a 5 actores que se hicieron pasar por voluntarios).
Se hizo un reparto de papeles amañado de tal manera, que cada voluntario compartiría la prueba con un actor.
La prueba consistía en que el voluntario formularía una serie de preguntas al "actor", que tras memorizar las respuestas, debería contestarlas correctamente.
Si fallaba, el voluntario, debía presionar un botón que infligiría una descarga eléctrica sobre el otro. Ambos estaban sentados en la misma habitación, situados uno frente a otro y separados únicamente por un biombo transparente que permitía ver con claridad la silueta del otro y escuchar sus respuestas.
Para demostrar que las descargas eran reales, se pide al voluntario que pruebe en su propio brazo la máquina que él mismo iba a manejar.
Prueba la descarga, únicamente en su brazo y en su nivel de intensidad más bajo, lo que a todos ellos les hace padercer un dolor agudo e intenso que permite adivinar que el dolor que causarán a los otros (que no recibirán la descarga únicamente en ambos brazos, sino además en sus sienes y en un nivel de intensidad progresivamente mayor si no aciertan las respuestas) será insoportable en un nivel intermedio y totalmente inhumano en su nivel más alto)
Para darle las indicaciones precisas, se sitúa de pié, a la derecha del voluntario, un "investigador" ataviado con una bata blanca, que será el responsable de indicarle cuando debe formular la pregunta, cuando debe aplicar la descarga y cuando debe ir subiendo la intensidad de la misma.
Evidentemente, los actores, que no están conectados a la máquina infernal (aunque los voluntarios están convencidos de que sí), fallan todas las respuestas.
A la hora de aplicar la primera descarga, los voluntarios esperan la indicación del investigador, y lo hacen sin dudar. Pero a medida que los gritos de dolor de los actores, las súplicas y las peticiones de que cesen con aquel experimento que les hace experimentar un sufrimiento insoportable, los voluntarios dudan antes de presionar el botón. El investigador, con sus ojos clavados en los del voluntario y la voz firme, aunque serena, les dice "Continúe", " Aplique la descarga".
Cuando los niveles de desesperación de los actores son insoportable, dos voluntarios deciden abandonar el experimento, pues se niegan a continuar con las descargas.
Los otros tres continúan hasta el final y, si dudan en algún momento, una sola mirada hacia el investigador se convierte en el reforzador que precisan.
Con esta prueba se trataba de demostrar que, siempre que el ser humano, sea capaz de disipar su complejo de culpa, es capaz de cometer todo tipo de acciones, incluso las más horrendas. Trataban así de dar explicación a hechos tan penosos de nuestra historia, como fueron por ejemplo los campos de exterminio nazi, en el que millares de alemanes, con una vida y un modo de ser aparentemente "normales" eran capaces de cometer dichas atrocidades.
La explicación más sencilla es que ellos no se veían como "malos". Podían estar o no de acuerdo con lo que hacían, pero se sentían meros instrumentos al servicio de la maldad de otro. Conseguían eludir su responsabilidad en la acción. "No podían hacer otra cosa".
Afortunadamente, dos voluntarios se rebelaron contra la autoridad y se negaron a continuar con el experimento. Puede que aún quede esperanza...
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