domingo, 8 de noviembre de 2009


Todos tenemos afán de trascendencia. Buscamos que nuestra vida tenga significado más allá incluso de nosotros mismos.
Dejamos que los días ordinarios se consuman y esperamos dar pasos definitivos e importantes que sirvan para dejar una huella imborrable de nuestro paso por el mundo.
Tenemos prisa por llegar y apenas disfrutamos del camino. Buscamos la felicidad en las cosas que no importan, aquellas que nos atan a la tierra y no dejamos que nuestras almas se eleven.
En la playa un hombre juega con su hijo dentro del agua. Es un día gris y hace frío, pero ellos se divierten y no permiten que ninguna sensación desagradable enturbie ese momento único.
Una pareja mayor pasea porla orilla en silencio. No necesitan decir nada, solo notar la presencia del otro cerca.
Dos jóvenes caminan con las manos entrelazadas. Sonríen y entre miradas cargadas de ternura y complicidad, elaboran grandes planes frente al mar.
Tal vez sean estos momentos los que verdaderamente tienen sentido. O tal vez no.
Yo disfruto observándolos. Disfruto del mar esplendoroso e inmenso que se abre ante nosotros en una perfecta danza, imprevisible y eterna.
Una suave brisa hace que me estremezca. Las gaviotas sobrevuelan la playa sin esfuerzo, dejándose arrastrar por el sentido del viento. El cielo se abre y los rayos de un sol radiante me cobijan.
Todos es armónico. Todo encaja. Ahí está toda la belleza del mundo golpeándonos la cara, luciendo orgullosa en su majestuosidad.
Un instante aqui calma el espíritu y acaricia el alma.
No necesitamos más.
Ana Mª Fernández Martínez (13/07/2003)

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